
La historia parece repetirse, y esta vez con Venezuela como escenario. El 19 de agosto, el gobierno de Estados Unidos, bajo el mando de Donald Trump en su segundo mandato, envió tres destructores de guerra frente a las costas venezolanas bajo el pretexto de “combatir el narcotráfico”. La prensa internacional ha denunciado que esta operación es parte de la nueva ofensiva del imperio para justificar una intervención militar contra el presidente Nicolás Maduro, a quien Washington acusa de encabezar el supuesto “Cartel de los Soles”.
Pero hay un detalle crucial, ese cartel jamás ha sido demostrado, ni dentro ni fuera de Venezuela. Se trata de una narrativa fabricada en los laboratorios de propaganda estadounidense, la misma receta que George W. Bush usó en 2003 para invadir Irak con la mentira de las “armas de destrucción masiva” que nunca existieron.
En 2003, Bush acusó a Saddam Hussein de terrorista y de almacenar armas letales. La invasión dejó más de un millón de civiles asesinados y cinco millones de desplazados, según informes internacionales. Las armas nunca aparecieron, pero los pozos petroleros sí. El Informe Chilcot reveló años después cómo Washington y Londres se repartieron las reservas de Irak, que en aquel entonces ascendían a 215 mil millones de barriles.
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Hoy la historia se repite. Trump acusa a Nicolás Maduro de “narcoterrorista” y ofrece 50 millones de dólares por su captura. No existen pruebas sólidas, pero sí existe un hecho irrefutable, Venezuela posee las mayores reservas de petróleo del planeta y Estados Unidos es el principal consumidor mundial.
El discurso del narcotráfico es apenas una pantalla. Si de drogas hablamos, los mayores productores de hoja de coca están en Colombia, Perú y Bolivia, no en Venezuela. Y si de frenar el consumo se tratara, la responsabilidad comenzaría en casa, nadie compra lo que no quiere.
Lo que realmente busca Washington es el oro negro venezolano. En campaña, Trump declaró abiertamente que cuando dejó el poder en 2021 “Venezuela estaba a punto de colapsar” y que Estados Unidos pudo apropiarse de su petróleo. Hoy, de regreso en la Casa Blanca, desempolva la estrategia de terror para justificar una intervención disfrazada de cruzada antidrogas.
Desde Hugo Chávez y la creación del ALBA, Venezuela ha sido un referente de dignidad para los pueblos de la región, nacionalizando su petróleo y colocando la riqueza al servicio del pueblo. Con la reelección de Nicolás Maduro, esa línea de soberanía se mantiene viva, pese al bloqueo criminal y a los intentos de asfixiar la economía venezolana.
Estados Unidos, que triplicó recientemente sus importaciones de crudo venezolano, depende cada vez más del petróleo bolivariano. No es casualidad que intensifique su ofensiva militar y mediática, donde Washington dice “democracia”, en realidad significa “saqueo”.
El imperio no cambia de libreto. Ayer fueron las “armas de destrucción masiva” en Irak. Hoy es el “Cartel de los Soles” en Venezuela. Ayer fue Saddam Hussein convertido en demonio mediático. Hoy es Nicolás Maduro, presentado como “terrorista”.
El resultado, si no se frena, es siempre el mismo, miles de muertos, millones de desplazados y las riquezas en manos del imperio.
El pueblo venezolano, que ha resistido sanciones, bloqueos y conspiraciones, enfrenta ahora la amenaza de una nueva invasión imperial. Pero esta vez, la historia ya se conoce. Los pueblos de América Latina saben que tras las banderas de libertad de Washington siempre se esconden pozos de petróleo, minas de oro y recursos saqueados.
La defensa de Venezuela no es solo un asunto de Caracas, es la defensa de la soberanía de toda la región. Porque si hoy logran quebrar a la patria de Bolívar, mañana lo intentarán con cualquier nación que se atreva a desafiar la hegemonía yanqui.
La receta imperial es vieja. La dignidad de los pueblos, eterna.